2016, una lista e Ignacio Agüero

Quería hacer a principios de año un listado con mis películas favoritas de 2016 y ya estamos en abril de 2017. Me hubiera gustado hacer trampas y esperar a ver algunas que intuía que entrarían en esa lista, pero si sigo así no acabaré nunca. Al final esbocé una lista en orden alfabético. La publico aquí para tenerla guardada en algún sitio:

Between Fences (Avi Mograbi)

Carol (Todd Haynes)

Certain women (Kelly Reichardt)

Como me dé la gana II (Ignacio Agüero)

The dreamed Path (Angela Schanelec)

Les fils de Joseph (Eugène Green)

Havarie (Philip Scheffner)

Horace and Pete (Louie C.K.)

John From (Joao Nicolau)

Los odiosos ocho (Quentin Tarantino)

Paterson (Jim Jarmusch)

Ta’ang (Wang Bing)

El viento sabe que vuelvo a casa (Torres Leiva)

Más que ponerme a ordenarlas o a hablar de ellas, prefiero centrarme en uno de mis descubrimientos del año: Ignacio Agüero. Vi Como me dé la gana II en el FID Marsella y me cautivó la frescura de su filmación, su libertad contenida, su clásica modernidad. La devoción excesiva que hay hacia cierto cine observacional en nuestros días (ya no tanta, ¿no?) se da de bruces con esta parsimoniosa película de Agüero: una película sobre la palabra, el testimonio, el diálogo.

A finales de año (creo que fue la última película que vi en 2016, de hecho) vi El viento sabe que vuelvo a casa, de Torres Leiva. En ella Agüero es un documentalista que viaja a una isla para hacer una película, pero lo que hace es pasear y charlar con los habitantes. Me acordé de Gonzalo Tocha filmando en la isla de Corvo, también de Robert Kramer en la Route One. Agüero tiene la virtud de los buenos conversadores: sabe cuándo hablar, qué decir, qué preguntar, esperar a que la persona termine por explicarse, sabe cómo no ser protagonista. Tal y como le pasaba a Coutinho.

2016 fue Horace & Pete, fue el William Carlos Williams de Paterson (con todas sus carencias), fue el plano largo de Havarie, las mujeres de Reichardt, la frontera birmana de Bing… pero sin duda fue la agradable y apacible presencia del chileno Ignacio Agüero.

AM

El mundo terrible de las certezas

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No me deje solo entre personas llenas de certezas porque es terrible”. He leído esta cita saltando de blog en blog, a raíz de la lectura de Mis dos mundos, el libro de Sergio Chejfec. Creo que la cita es de Antonio Tabucchi, no lo sé con certeza, algunos blogs ayudan a dejarte con esa incertidumbre.

Quiero escribir sobre la película Pendejos, de Raúl Perrone, desde hace un par de semanas, el tiempo que hace que la vi. Los días han pasado y cada vez cuesta más. En estas dos semanas he leído el libro de Chejfec, una novelita de poco más de cien páginas sobre un largo paseo que da el escritor por un parque brasileño. A medida que pasea, el mundo se le muestra a Chejfec y, a su vez, le descubre rasgos aletargados de su personalidad.

¿Hay alguna posibilidad de hilar a Chejfec con Perrone? Supongo que no. Más allá de que son argentinos, algo en lo que acabo de caer ahora. La cinta de Perrone es un recorrido de casi dos horas y media por la vida de unos jóvenes de apariencia nihilista, a los que les une la pasión por el skate. La película me parece que tiene ese espíritu del primer Jarmusch (el primerísimo, aquel de Vacaciones Permanentes) y también del mejor cine que ha hecho Gus Van Sant. La lógica invita a equipararla a Paranoid Park, por los skaters, por esa manera misteriosa de filmar los tiempos muertos y por la precisión en los detalles. Pero también pensaba en Mala Noche, la primera película que filmó Van Sant. La vi hace mucho tiempo y quizás esta relación solo se sustenta por pilares muy básicos: jóvenes con un futuro poco halagüeño, zonas periféricas, ese blanco y negro contrastado… Para reforzar esta posible relación debería volver a verla.

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Pero vuelvo a Chejfec. Introduzco su novela aquí porque, a medida que leía ese relato sobre la contemplación, la observación y el sentimiento de sentirse observado, me venían algunas imágenes de Pendejos. Más que las imágenes, eran las sensaciones generales que me había dejado la película: por supuesto, ese constante estado de suspensión en Pendejos, donde es palpable la intención de dar una sobredimensión a lo cotidiano, de subrayarlo, o de dotarlo de un sentido nuevo que vaya más allá de la imagen, gracias en parte a esa envolvente banda sonora que hace que Pendejos se vuelva en ocasiones un extraño musical a ritmo de electrocumbia.

Intuyo que, cuando empieza a rodar Perrone, o cuando comienza a escribir Chejfec, ninguno sabe por dónde podrá ir la película o la novela. Son dos propuestas abiertas a la indagación, ya sea en la imagen, en el sonido o en la palabra. En ambas se atiende a la observación con suma cautela, se pretende una mirada libre y abierta a la improvisación y al azar. Supongo que aquí reside la belleza de ese vivir entre tantas incertezas o dudas que decía o se atribuye a Tabucchi.

Siento que tanto Perrone como Chefjec se lanzan a filmar o escribir llenos de dudas, sin conocer en qué acabará todo. Saben simplemente que harán una película sobre skaters de un arrabal argentino, o una novela sobre un paseo dominical, sin tener un guión ni una hoja de ruta definida. Confían en lo que depara la incertidumbre, en la revelación de lo que sucederá en el momento de la filmación o de la escritura. Perrone y Chefjec confían, en definitiva, en esas situaciones impredecibles y efímeras que emergen en el momento de grabar o escribir, tan poco presentes en el cine más convencional, ese cine anclado a guiones cerrados, a una planificación de la producción rigurosa y a veces excesiva.

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